"A mediados del pasado noviembre los habitantes de Munich y de
un puñado de poblaciones alemanas cercanas votaron y rechazaron
postularse como candidata para los Juegos Olímpicos de invierno de 2022.
Las cuentas no les salían y muchos precedentes son nefastos.
Las sirenas empresariales y mediáticas cantan las bondades de la celebración de un gran acontecimiento deportivo,
los Olímpicos, los Mundiales de fútbol…. La realidad, sin embargo, es
terca y dura. Los griegos no terminarán de pagar hasta 2030 las deudas
incurridas en los del 2004. La ciudad de Montreal ha tardado 30 años en
cancelar las incurridas en 1976. Los recientes de Londres son asimismo
un buen ejemplo. El coste, según la consultora inicial, ascendía a 1,800
millones de libras. Cuando la capital británica sometió su candidatura
al Comité Olímpico Internacional la cifra ya había subido a 4,2 mil
millones. En el 2007 se estimaban en 6´5. Algunos cálculos actuales
estiman que el costo total fue DIEZ veces superior a la cifra de
partida. La fiesta le habría importado unas 200 libras a cada ciudadano
británico. Da que pensar.
Con los Mundiales ocurre otro tanto. Hay disputas febriles por conseguirlos.
Se embarcan a políticos conocidos, Kissinger batalló por que el show
fuera a Estados Unidos, Felipe González echó una mano a la fallida
candidatura de Marruecos para el Mundial del 2010, se contratan a
agencias de imagen y los gobernantes se mueven con sus Federaciones para
llevarse el gato al agua. Los mentores despliegan sistemáticamente un
objetivo que para algunos es cuestionable, el de que el Mundial con un
costo razonable proporcionará ingresos significativos a la nación
anfitriona. El entusiasmo por el balón es tal que una buena parte de la
población lo cree a pies juntillas.
En Sudáfrica, donde asistí, el espejismo era obvio.
La gente no sólo estaba entusiasmada con el loable prestigio que ello
acarreaba a un país no desarrollado, con la inevitable mejora de algunas
infraestructuras, sino que albergaba la creencia de que sus ingresos
familiares iban a experimentar una notable mejoría.
En realidad, los ingresos reales finales, el balance es problemático.
Japoneses y coreanos predijeron que sus economías experimentarían una
subida de 29,000(Japón) y 9,000(Corea) millones de dólares con el
Mundial del 2002. No ocurrió. Un estudio más profundo se llevó a cabo en
el Mundial de Alemania en el 2006. Se estimó más modestamente que los
visitantes gastarían unos 2,500 millones de dólares. Aún aceptando la
cantidad hay que aguarla un tanto: una parte no despreciable de ella fue
realizada por alemanes expatriados o visitantes que habrían acudido
incluso-era época veraniega, turística- si no hubieran existido los
Mundiales y, más importante aún, la cantidad era inferior a la dedicada
por las autoridades alemanas para organizar y preparar el Torneo.
En el inevitable maquillaje que los entusiastas practican en estos eventos se olvidan dos cosas,
los gastos en seguridad, enormes después de Munich, las Torres gemelas y
el maratón de Boston, y que, en los Mundiales, la Fifa exige que el
anfitrión cubra la estancia en hoteles de cinco estrellas de directivos,
árbitros, médicos, miembros de equipos etc…
Brasil 2014 va a ser un buen test. El país,
enamorado del futbol y el único pentacampeón, va a gastar en
remodelación de estadios unos 2,500 millones de dólares, probablemente
más que lo desembolsado conjuntamente por las dos naciones huéspedes
anteriores, Sudáfrica y Alemania en esos menesteres. Las denuncias de
despilfarro ya han aparecido. No referidas ya a la corrupción, las obras
faraónicas de este tipo se prestan a gastar desordenadamente y más aún
cuando hay prisas por ir atrasados en el plan de construcciónn, sino
por el nacimiento de magníficas instalaciones deportivas, con accesos,
infraestructuras en lugares en los que no hay futuro para el show
futbolístico. En Sudáfrica ya han quedado ballenas varadas, estadios del
Mundial muy infrautilizados por no contar con población, club destacado
o afición cercanos. En el edén futbolístico brasileiro se está
construyendo un estadio de 41,500 espectadores en una zona en la que no
hay un equipo de primera división desde hace siete años. En el
campeonato regional amazónico la media de espectadores ha sido inferior a
1,000 por encuentro en los últimos años.
El estadio puede convertirse en algo fantasmagórico como la Opera de
la cercana Manaos. Nadie prestará excesiva atención a los números si la
bola entra y Neymar, Marcelo etc…hacen el papel que se espera. Si Brasil
pinchara, habría recriminaciones, agitación, como el verano pasado.
Algo impensable hace cuarenta años. Entonces, el fútbol era el Dios
omnipotente, ahora, con mayor conciencia social, es brasileño pero más
humano."
Fuente: Revista Capital