“El fútbol no es un producto; es cultura”, es el lema de sus
dirigentes. Ante el abismo económico, el Borussia Dortmund se aferró a
esta idea romántica en noviembre de 2004 para escapar. Huir de una deuda
oficial de 170 millones. Mucho más, en realidad. El club llevaba
perdiendo unos 25 millones anuales en los últimos ocho años. Y lo iba
vendiendo todo: el Westfalenstadion a un fondo de inversión dominado por
el Commerzbank, los derechos de traspaso de jugadores, los acuerdos
comerciales con Nike por cinco años… La masa salarial de la plantilla
ascendía a 78 millones, sueldos desorbitados de futbolistas que, dos
años antes, habían ganado la tercera Bundesliga: Rosicky,
Metzelder, Frings, Amoroso, Jan Koller… El entrenador, Mattias Sammer,
se había convertido en el primer campeón como jugador y como técnico.
Pero se trataba de una riqueza ficticia y mal gestionada por el
presidente, Gerd Niebaum, y el director general, Michael Meier,
desenmascarados por los trabajos periodísticos de Freddie Rockenhaus.
Las acciones del Borussia, en Bolsa desde 2001, se desplomaron un 80% cuatro años después en el parqué de Fráncfort.
Se necesitaban medidas urgentes por parte del nuevo presidente, el
abogado Reinhard Rauball, presidente a su vez de la Liga Alemana de
fútbol, y su director general, Hans-Joachim Watzke. Fue esencial
recuperar el estadio por unos 70 millones. Contaron con la ayuda del
banco estadounidense Morgan Stanley, que les prestó 79 millones por 15
años. Y de Sportfive, la multinacional de la mercadotecnia, avanzándoles
50 millones por el marketing de 12 ejercicios. Eso les permitió cubrir
el préstamo de Morgan Stanley. El estadio, otra vez en poder del club,
supuso un valor estratégico. Es el mayor recinto de la Bundesliga,
80.720 localidades, y presume de la mayor asistencia media de Europa
(80.500) por delante del Camp Nou y de Old Trafford.
Sin llegar a caer en la insolvencia, al comprar el campo, el club
empezó a poder pagar los salarios. Y a renegociar los pagos con los
acreedores, más de 100, entre ellos ocho bancos. Algunos aceptaron unas
quitas de un 30 o un 50%. La empresa de seguros Signal Iduna concedió el
nombre al estadio a cambio de cinco millones anuales. Evonik, compañía
química, le aporta 10 millones anuales por el patrocinio de la camiseta.
Y Puma, siete millones, por el material deportivo. El Borussia ingresó
189 millones en 2011-12: 60 de televisión, 97 de la explotación
comercial y 31 de las entradas, todavía muy lejos de los 479 millones de
ingresos del Madrid, los 451 del Barça y los 321 del Bayern en ese
curso.
La ampliación de capital también fue decisiva. Los simpatizantes
compraron 40 millones en nuevos títulos. El máximo accionista, Geske
Bernd, un viejo aficionado, solo posee el 10%. El otro 90% pertenece a
los 70.000 socios. Si Bernd adquiriera el 25%, tendría que ofrecer sus
títulos a otros interesados. En Alemania, los socios tienen por ley el
control del 51% de los clubes, disuadiendo así a los grandes
accionistas.
Al cotizar en Bolsa, los salarios de los jugadores y técnicos son
públicos. Cuando llegó Jürgen Klopp, en julio de 2008, el gasto en la
plantilla bajó drásticamente a 30 millones. El actual tope salarial lo
marcan Reus, Götze y Hummels, unos cinco millones antes de impuestos;
Klopp, cuatro. Y Lewandowski, que acaba contrato en 2014 y no quiere
renovar, 1,5 millones antes de impuestos (un 50%). A partir de ahora, el
orgullo de pertenencia de los jugadores y entrenadores a una entidad
diferente será puesto a prueba por las ofertas de clubes más poderosos.
La planificación deportiva, la cocción de jóvenes talentos, empezó a fructificar. La pasada campaña fue memorable. No solo retuvieron la Bundesliga,
sino que conquistaron su primer doblete en 103 años de historia: la
Liga y la Copa. Rompieron el récord de puntos (81) y el número de
partidos invicto (28). La revista Kicker lo comparó con el salto de
Beamon en México 1968.
En tres años antes del verano pasado, el Dortmund solo había gastado
en fichajes dos millones, casi 60 millones menos, por ejemplo, que el Málaga, su rival en cuartos de final. En junio pasado compró a Marco Reus al Mönchengladbach por 17 millones, aunque lo compensó con la venta de Kagawa al United por 16.
La plantilla cuesta unos 80 millones, cifra comparable al Sunderland o
el Fulham, muy inferior a los 158 millones del Bayern y a los más de 200
de Madrid y Barça.
Tras un superávit de 34 millones, el mayor en la historia de la
Bundesliga, el Dortmund dio dividendos el año pasado. Un total de 3,7
millones. La deuda queda reducida a menos de 40 millones. Y los
beneficios superan a los del Bayern, macho Alfa del fútbol alemán, que
ha ganado dinero en los últimos 19 años. A los bávaros les ha salido un
adversario con una idea revolucionaria: el futbol es del pueblo, también
es cultura.
Fuente: El País
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